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domingo, 8 de noviembre de 2009

QUERIDA IRENE





No sé por qué escribo estas palabras, no lo sé; tal vez para descargarme de una culpa que no admito, o tal vez para hacerme recordar que fue real, que no fue el sueño tantas veces deseado pero siempre incumplido.

Lo de ayer ya sé que nunca se volverá a repetir.

- “Lo que hicimos fue una locura, una temeridad; me caso dentro de una semana. Por favor, que nunca se entere de esto Joaquín”- me dijiste tú, Irene, cerrando la puerta cuando marché. Por mí nunca lo sabrá; él también es mi mejor amigo, los dos lo sois.

¿Locura, Irene? ¿Acaso es locura este torpe temblor de mis manos al escribir estas palabras? ¿Es locura habernos amado brutal y tiernamente por vez primera? ¿Es locura quererte, lo es acaso decírtelo después de tener oculto este sentimiento tanto tiempo? ¿Es locura sentir tus manos en mi sexo, lo es sentir las mías recorriendo ardorosamente tu hermoso cuerpo? ¿Qué clase de locura son los apasionados besos que nos dimos? ¿Y es locura sentir lo que sentimos?

Que no teníamos que haberlo hecho, ya lo sé, pero pasó, y no me arrepiento, ni me pienso arrepentir jamás. Puede ser que hubiésemos bebido más de la cuenta, puede ser que de otra forma nunca hubiera sucedido nada; quizás nunca me hubiera atrevido a decirte lo que realmente sentía por ti, Irene, después de tanto tiempo de amistad.

Durante la cena en aquel restaurante todo fueron risas “antes de casarme tengo que hacer algo irreverente”, y más risas, “calla, que te vas a arrepentir”, y no dejábamos de reír. Luego regresamos caminando y no sé cuántas tonterías nos dijimos hasta llegar a tu apartamento. Cuando te iba a despedir me dijiste, sube un rato, y yo subí.

No sé cómo nos miramos; no sé de qué manera, tontamente, te besé; no sé por qué no me rechazaste, y aquello fue la perdición. Entre mirada y mirada, una caricia, y luego dos, más tarde tres... Te desabroché el vestido, y tú a mi el pantalón, y a la vez que la ropa perdimos la conciencia, la razón y hasta el por qué; y mis manos en tus pechos, y las tuyas en mi piel. Tu cuerpo y el mío ¡desnudos! como nunca lo hubiera imaginado, y sin embargo, tantas veces lo soñé. Nuestros sexos frente a frente, cómo buscaron esa noche el placer.

Dentro de seis días iré a tu boda y nuevamente cruzaremos las miradas, y mis ojos serán dos trozos de cristal; te daré un par de besos, que no serán los de ayer, y un mar de frías lágrimas se deslizará por mis venas, y mis manos en tus manos, qué distintas las de ayer.

Estudiando en la universidad nos conocimos los tres; yo entonces no te amaba, pero el roce de los años algo hizo cambiar en mí. Nunca te lo dije, por supuesto, para entonces tú ya amabas a Joaquín, yo solamente era la sombra de los dos, siempre presente, pero eso... siempre en la sombra.

Aún me resuenan las palabras que ayer me dirigió antes de marcharnos a cenar sin él:
“No bebáis mucho que el alcohol es muy traicionero. Ah y por favor, cuídamela que dentro de siete días me la llevo al
altar. ¿Me harás ese favor, amiga Sonia? Y que disfrutéis de la despedida de soltera”.





Autor: Emilio Gómez


6 comentarios:

Laura Gómez Recas dijo...

Que sea ella y no él no cambia nada.
La vida está llena de esos momentos únicos en los que nos desnudamos de lo convencional del velo de novia y dejamos que sea la piel la que marque el camino.
Y, a veces, sólo a veces, esos momentos cambian de dirección la aguja estática de una vida.

Un abrazo Emilio.
Laura

Laura Gómez Recas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Emilio dijo...

Gracias, Fernando, y encantado de colaborar en tu página.

Un abrazo.

RR dijo...

Me parece fantástico lo sucedido, seguro que yo hubiera actuado de manera similar...la vida es un segundo, bueno dos...y creo que si hubo lo que se necesitaba entre los dos...pues fabuloso...preciosa y real entrada fernando...y felicidades a emilio...

Anónimo dijo...

uf!, yo no me casaría...

Anónimo dijo...

Bastante bueno este escrito y permite volar la imaginación.

Gracias por compartirlo.

Un placer estar en tu blog.

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