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sábado, 19 de noviembre de 2011

DECISIONES










Me han dicho que debo tener cuidado en esta ciudad.
La inseguridad reina, pero soy fuerte y tengo una corpulencia que creo disuasiva. Por eso decido pasar por el sombrío callejón entre las dos avenidas. Sin embargo, confieso que me sorprendo al ver un enclenque pequeñajo salir de un portal y decirme sin mucha convicción: “¡Dame el reloj!”. Aunque tiene una navaja en la mano, le respondo que no le doy nada y lo miro fijamente. Baja los ojos, está demacrado y muy delgado, pero agita la navaja y repite con insistencia: “¡Te digo que me des el reloj. Dame el reloj!”.
Lo mido de arriba abajo y decido: lo tumbo de un solo puñetazo y queda tendido a mis pies, boca arriba. Está inconsciente y lo observo con más detalle. Lleva una vieja y sucia camisa abierta sobre un pecho hundido del que sobresalen las costillas y calza unas zapatillas deshilachadas. No tiene calcetines y parece destentado.
Lo vuelvo a mirar y tomo otra decisión : me quito el reloj y lo deposito con cuidado sobre su camisa entreabierta.
Antes de irme, intento reanimarlo.




Autor: Fernando Ainsa







1 comentario:

Marcos Callau dijo...

Cómo cambia la situación, solo por detenernos un momento a observar. Muy buen relato.

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